lunes, 16 de junio de 2014

Corazón roto


El corazón es un órgano que está asociado a muchos estados emocionales y en otras columnas me he referido muchas veces a la analogía de este órgano con el dolor, con la vida y con el amor.

POR PILAR SORDO
Psicóloga, columnista, conferencista y escritora chilena.

Muchas veces hemos dicho en nuestra vida que tenemos el corazón roto, frase con la cual nos referimos a estar viviendo una desilusión, donde generalmente ese dolor lo causó el otro.
Las desilusiones amorosas son inevitables en el curso de la vida y generalmente marcan una pausa en el camino y debieran dejarnos aprendizajes donde nuestra forma de enfrentarnos al amor sin duda será distinta antes y después de lo vivido.
Estos dolores son bastante parecidos a todos los otros duelos. Pasan por cuatro etapas, la de shock, que es la negación misma del dolor y cierta sensación de no entender nada de lo que está pasando. Después viene la rabia, donde en el caso de las desilusiones, existen muchas razones para depositar toda esa emoción en el otro y en el daño que me causó. En esta etapa generalmente hay muchos aliados de uno que comparten esa rabia y mientras más sólidos sean nuestros afectos, estos nos servirán para no sentirnos solos y poder compartir la pena. En este momento ocurre también algo curioso, que frente a tanta objetividad del resto y de tanta rabia hacia la persona que amamos, muchas veces nos encontraremos defendiéndolos, sabiendo que no estamos haciendo lo correcto. Probablemente eso lo hacemos para validar la elección que alguna vez hicimos y decir que no fue tan mala.
Quizás hasta este momento, todavía en nuestro inconsciente sigue deseando en alguna parte un retorno, una reconciliación, un milagro que produzca que el otro regrese para recomenzar de nuevo. Hasta este punto las recaídas y los “remember” pueden ocurrir. En esta etapa parten las culpas y todo aquello que para bien o para mal podríamos haber hecho para que ese dolor no haya llegado a nuestro corazón. Aquí ya se vivencia la experiencia de tener el corazón roto.
Luego viene la etapa de pena, que es más solitaria, y uno empieza a asumir que el otro ya no volverá, incluso podemos empezar a percibir de a ratos que sería mejor que no lo hiciera.
Los ritmos de la vida comienzan a estabilizarse, se empieza a comer, dormir y funcionar cotidianamente más lento pero con cierta efectividad. La vivencia de soledad se profundiza porque la ausencia se hace presencia y al mismo tiempo ya hay menos gente acompañando el proceso.
Estas cuatro etapas no son lineales y tampoco pasan ordenadamente una a otra. Generalmente van y vienen de acuerdo a cómo se viva el caminar por la desilusión.
Aquí es muy importante la historia previa y la personalidad de la persona que ha vivido la experiencia de tener el corazón roto. Me refiero que hay personas que con cierta facilidad pueden rescatar los aprendizajes de la situación y hacerse responsables de lo que se pudiera haber hecho queriendo o no para que ese dolor ocurriera. Sin embargo hay muchas que se quedan literalmente pegados sin rescatar nada positivo y en esta etapa el otro se enquista en el alma y se llena de rabia con una profunda sensación de injusticia de la cual algunos, no salen durante toda la vida.
Los que lo logran hacer, pasan a la cuarta etapa, que es la reconciliación con el duelo. Esto significa que el otro vuelve a mí para quedarse conmigo en el recuerdo de mi historia donde en el mejor de los casos podré agradecer su paso por mi vida y en otros simplemente diré que fue un error del cual algo aprendí.
Tener el corazón roto parece inevitable, dejarlo así parece ser una elección en la medida que seamos capaces de rescatar los aprendizajes que esa herida causó y sobre todo de entender que cada persona que pasa por nuestra vida lo hace “para algo” y que las coincidencias no existen, existen las causalidades y no las casualidades.
Los invito a reparar nuestros corazones para quedar preparados para esos amores sanos que nos merecemos tener.
 Ps. Pilar Sordo

(Extraído de EL OBSERVADOR)

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