martes, 27 de febrero de 2018

Reflexionando con la Dra. Natalia Trenchi


LAS MOCHILAS DE ADENTRO
Natalia Trenchi


“Lo crucial es que encaren la etapa escolar con un cerebro sano y en paz”


Ahí andan todos en estos días: comprando materiales, probando túnicas y uniformes y asegurándose de que está todo pronto para encarar un nuevo año escolar. Y en pocos días veremos a los chiquilines cargando pesadas mochilas, con una mezcla variada de entusiasmo, disgusto, curiosidad y nostalgia de las vacaciones.

Lo que muchos no tienen muy presente es que lo más importante que tenemos que ofrecerles para esta etapa no son ni los libros ni los cuadernos bien forrados ni el dobladillo prolijo. Lo crucial es que encaren la etapa escolar con un cerebro sano y en paz, motivado para aprender y cargado con algunas capacidades básicas. Porque ahí es que se va a jugar el verdadero partido.

Cuando un niño se sienta en su pupitre o en la silla en la escuela, lleva consigo todas sus experiencias pasadas y lleva su impronta familiar, su cultura y sus creencias. Mucho más que su cociente intelectual, es todo eso que trae puesto lo que va a marcar la diferencia.

Asegúrense de tener en cuenta:

- Que coma bien: si llega a la escuela mal alimentado (y no sólo por carencias económicas sino por malas costumbres) le va a faltar el combustible necesario.

- Que duerma bien: si llega a la escuela sin haber tenido un buen sueño en cantidad y calidad va a aprender menos y peor. Los niños necesitan muchas horas de buen sueño nocturno, por lo cual deben acostarse temprano y dormirse tranquilos, en silencio y sin tecnología cerca.

- Que esté razonablemente tranquilo: que no caiga sobre él información innecesaria y estresante, y que no sea depositario de conflictos de adultos.

- Que tenga desarrollada la autonomía adecuada para su edad, lo que significa que esté acostumbrado a hacer por sí mismo lo que pueda hacer y que no espere que los demás hagan todo por él.

- Que vaya a la escuela confiando en sí mismo. Eso sucede cuando se tienen madres y padres que son más estimulantes que críticos y que le saben valorar por su esfuerzo y avance.

- Que vaya a la escuela confiando en la maestra, porque sólo así va a poder ser receptivo a lo que ella le ofrezca. Esto depende en buena medida de la confianza que sus padres sientan por la docente y la institución escolar y que lo trasmitan con y sin palabras.

- Que haya desarrollado tolerancia a la frustración: aprender de verdad implica siempre toparse con obstáculos, equivocarse y tener que volver a intentar. Si sólo saben hacer lo que les resulta fácil, tarde o temprano van a encallar.

- Que hayan desarrollado una capacidad para esforzarse y responsabilidad por sus acciones, lo que significa que no interpretan el esfuerzo como un castigo sino como una manera de llegar a donde se quiere llegar, y que además han aprendido algo muy importante: de lo que hacemos depende el resultado, nosotros somos los artífices. Para eso, deben haber tenido madres y padres que les han permitido pelearla y que no corren a solucionarles todos los problemas.

- Que esté acostumbrado a respetar naturalmente las reglas, lo que le va a asegurar una inserción mucho más sana en esta primer microsociedad que encuentra fuera de su familia.

- Que se respete a sí mismo y a los demás, y que sepa defender sus derechos sin violencia.

- Que vayan dispuestos a conocer la maravillosa diversidad que nos ofrece la naturaleza y que sepan darse la oportunidad de conocer a quienes parecen diferentes.

- Que encaren el aprendizaje con entusiasmo y esperanza, porque sus padres le trasmiten el gusto por el conocimiento y la certeza de que ese es el camino para desarrollarse en la vida.

Y si además ustedes, madres y padres, logran organizarse bien para no andar siempre a las corridas y con el ceño fruncido, si logran aprovechar el tiempo que tienen para estar juntos para vivir, sin dejar que la escuela invada cada hora de la vida de los niños y la familia…este será un gran año.


http://www.nataliatrenchi.com.uy




Comparto con ustedes este excelente Artículo de la Dra. Natalia Trenchi, que creo nos ayuda a todos -tengamos o no chicos para comenzar las clases-, a reflexionar sobre los valores que  más importan en el momento de vivir determinadas situaciones que afectan, especialmente a los niños, y a la familia.

Siento que sus enseñanzas, importan y mucho para este momento que están viviendo la mayoría de las familias, en estas fechas especiales, pero que trascienden ese hecho y nos muestran que ante cada vivencia, debemos dejar un poco de lado lo que a simple vista nos parece muy importante y detenernos en lo "otro", en todos esos aspectos que muchas veces se nos pasan desapercibidos, y  que son los que nos hacen ver la riqueza y profundidad de lo que estamos viviendo, para actuar en consonancia y enriquecernos todos con ello.

sábado, 17 de febrero de 2018

Reflexionando con Gabriel García de Oro




EL IMPRESCINDIBLE filósofo danés Søren Kierkegaard nos advertía de que la mayoría de nosotros perseguimos el placer con tanta velocidad que, en nuestras prisas, lo pasamos de largo. Sin duda esta es una buena base para empezar a perseguir el hygge. Es decir, lo tenemos más cerca de lo que pensamos o, mejor dicho, siempre ha estado aquí. Pero ¿qué es? ¿Qué significa? Bueno, esta no es una pregunta tan sencilla, porque hygge es una palabra que ni siquiera tiene traducción en nuestro idioma, aunque sí alguna aproximación: comodidad, familiaridad, confortabilidad… Cuando un danés trata de explicarnos qué es el hygge, acostumbra a recurrir a una escena como esta: imagínate sentado en una butaca, enfrente de una chimenea, tomando una taza de té mientras lees un libro envuelto en una de esas mantas que a uno le acolcha hasta la vista con solo mirarla. Eso es el hygge, y este es su propósito, convertir cualquier lugar en un lugar cálido, confortable y agradable donde poder disfrutar del momento en total confianza. Y cuando decimos cualquier lugar es cualquier lugar. Porque el hygge no se practica solamente en casa. También en el espacio de trabajo, en una reunión con amigos en un bar, en una noche solitaria en un hotel de paso y, por supuesto, en ese lugar en el que vivimos siempre, nuestro cuerpo. Porque hygge es ir con una ropa en la que nos sintamos cómodos, no en una en la que estemos embutidos, tensos y con predisposición al mal humor. Todos sabemos de qué estamos hablando, y eso es lo bueno del hygge, porque todo lo que tenemos que saber para ser un poquito más daneses ya lo sabemos. Todo lo que tenemos que tener ya lo tenemos y está en nuestra mano poner un danés en nuestra vida que nos ayude a vivir de forma más… hygge.

Hagamos de cualquier lugar nuestro refugio. No es casualidad que el hygge haya nacido en un país con una climatología adversa. Inviernos largos, duros y exigentes que han obligado a los daneses a mirar hacia dentro de sus hogares para sentirse seguros, confortables y experimentar la familiaridad.

El bienestar activo es, simplemente, hacer de forma consciente aquello que nos sienta bien.

Ese cambio de dirección en la mirada, hacia el interior, les ha permitido no solamente trabajar en el diseño de los espacios y las cosas que los habitan, sino también en las relaciones y sus círculos de amistades para extender el concepto de refugio allí donde se encuentren. Sí, tal vez fuera nieva y estamos a 20 grados bajo cero, pero en nuestro refugio no. Sí, tal vez el mundo laboral es despiadado y no tiene sentimientos, pero en nuestro círculo no es así. O es posible que nos encontremos fuera de casa, pasando la noche en un hotel, pero podemos buscar la familiaridad y encontrarla en disfrutar de ese momento. Porque tal vez el mundo sea cruel e imprevisible y a veces frío e impersonal, pero allí donde nos encontremos podemos esforzarnos para ser generadores de bienestar activo.

El bienestar activo es, simplemente, hacer de forma consciente aquello que nos sienta bien. Puede ser tomarse esa taza de café, o comprarse esa novela que nos ha llamado la atención, o respirar un poco de aire fresco en un paseo nocturno. Cada uno sabrá el qué, pero lo que todos sabemos es que para ser generadores de bienestar activo tenemos que ser cazadores de momentos especiales que pasan a nuestro lado, aquí y ahora. Celebrar lo cotidiano como parte de un momento irrepetible, conectar con esa parte de nosotros a la que le gusta la calma, el sosiego, la tranquilidad. Aunque sea de vez en cuando, poder frenar de la vorágine de la hipercomunicación, el hiperconsumismo y la hipervelocidad de nuestros días para disfrutar del momento, porque al fin y al cabo, como decía Cesare Pavese, no recordamos días, recordamos momentos. Y refugiarnos en los momentos es el mejor refugio.

La amabilidad como principio, empezando por nosotros mismos.

Hoy, el hygge está tan de moda que podemos encontrar velas hygge, jerséis hygge, mantas hygge, teteras hygge, restaurantes hygge, pastelerías hygge y agencias de viaje hygge. Es el signo de nuestros tiempos, cualquier cosa se convierte en un bien de consumo. Pero más allá de las exigencias del mercado, el gran secreto que encierra el hygge es la amabilidad, y eso no podemos encontrarlo en ninguna tienda, debemos buscarlo en nuestro interior. Ese es el gran cambio de mirada que debemos hacer. Ser amables, empezando con nosotros mismos. Darnos ese capricho sencillo y asequible que nos arranque una sonrisa. Cuidar nuestra alimentación sin que por ello se convierta en una renuncia continua. Ser amables con nuestro cuerpo regalándole de vez en cuando ese masaje que nos sienta bien o ese baño que nos relaja. Ser amables con los demás haciéndoles sentir confortables, eso también es ser amables con nosotros mismos. Ser amables con el medio ambiente, con los animales y con todo lo que nos rodea. Sí. La amabilidad es el principio del hygge, porque a partir de ella se puede construir un refugio donde habitar. Y la amabilidad en grandes cantidades ampliará nuestro refugio hasta abarcar todos los ámbitos de nuestra vida. Eso es el hygge, y eso todos podemos activarlo a partir de ya mismo. O, mejor dicho, conectar con ello, porque está más dentro de nosotros que en las cosas que nos rodean, como suele pasar con todo aquello que nos hace sentir, simplemente, bien.

Extraído de: elpais.com

jueves, 15 de febrero de 2018

¡Necesito que me ayudes! - Miriam Subirana




Pedir no es un signo de debilidad, los demás no tienen que adivinar lo que necesitamos

Solicitar apoyo a alguien significa decirle lo importante que es para nosotros

Miriam Subirana

En toda conexión, sea familiar, profesional o de amistad, intercambiamos cotidianamente pidiendo, ofreciendo y acordando. La manera en que lo hacemos determina el tipo de vínculo, la cercanía y dónde ponemos el poder en la relación, si es de amistad, de colaboración, de antagonismo o de jerarquía. Este artículo se centra en la acción de pedir. Se puede hacer como una sugerencia, una indicación, un ruego, una súplica, una reclamación, una exigencia, una imposición o sencillamente especificando lo que uno quiere, necesita o espera.

Para Gloria, pedir era signo de debilidad. Entendía que debía mostrarse fuerte y segura. Si quería algo, era mejor callar y aguantar. Así la educaron, lo importante era el otro y lo que necesitaba. Cabía la esperanza de que el otro adivinaría lo que una necesitaba. Como Gloria, somos muchos los que tenemos dificultades en demandar algo, nos es más fácil ofrecer. Antes de insinuar que nos escuchen, escuchamos. Antes de solicitar tiempo para nosotros, dedicamos tiempo a los demás. Antes de pedir lo que nos conviene, intentamos satisfacer al otro; y si no, nos sentimos culpables. Nos obligamos a realizar tareas que, si paráramos a reflexionar, nos daríamos cuenta de que tenemos la opción de no hacerlas, o bien no son tan urgentes o las podemos compartir.

"En la vulnerabilidad y la fragilidad se abre el corazón para recibir, respetándonos y respetando lo que viene del otro, con gratitud”
(Joan Garriga)

María quiere tener más tiempo para sí misma, y para estar con sus amigas. Pero a menudo sus hijos la requieren para atender a sus nietos. No sabe pedir a sus hijos el tiempo que necesita para estar con sus amigas, le pesa la responsabilidad de ser abuela, y si demanda espacio para lo que ella desea, se siente mal.

La actitud de excesiva responsabilidad y el miedo a la posible ruptura en la relación nos dificultan expresar lo que necesitamos. Como consecuencia, llevamos una sobrecarga de trabajo, nos sentimos víctimas de la situación e incubamos resentimiento. Esto afecta negativamente en nuestra salud, en nuestras conexiones y en el trabajo en equipo.

En otras ocasiones tenemos la expectativa de que la otra persona adivine lo que queremos, y se lo pedimos de forma encubierta o imprecisa, con lo cual no entiende qué es lo que queremos, y cuando no se cumple nuestra demanda, nos sentimos frustrados en la relación porque nuestro interlocutor no nos da lo que esperábamos, y es el momento en el que empiezan los reproches. “Ya te lo dije”, le decimos, pero la persona responde que no se enteró. Seguramente lo expresamos de manera tan encubierta y poco concreta que no comprendió. Debemos dedicar el tiempo necesario para clarificar lo que queremos con precisión. Las prisas nos hacen ser imprecisos, y esto acaba generando malos entendidos.

El pedir supone el derecho de una persona a existir en relación con el otro. Cuando pedimos, lo hacemos porque nos sentimos dignos de ser escuchados y ayudados”
(Joan Quintana)

Es más normal solicitar ayuda cuando nos sentimos vulnerables o enfermos, y es entonces cuando damos la oportunidad a otras personas para que se acerquen a nosotros y nos acompañen. En circunstancias “normales” nos da apuro expresar lo que necesitamos, pero cuando tenemos una razón de peso que justifica nuestra petición, lo hacemos. La vergüenza nos dificulta la acción con claridad. El temor a mostrar nuestra fragilidad y nuestros límites nos hace encubrir nuestras necesidades y postergar nuestras solicitudes.

Pedir es darse el derecho a existir. No se trata de pedir como víctimas, sino, desde nuestro autorrespeto, sintiendo que nos lo merecemos. Nos hemos ganado tener tiempo para nosotros mismos y reclamarlo, manifestar lo que nos gusta y nos conviene, y que nos escuchen. No es cuestión de irse al otro extremo exigiendo en una continua demanda. Se trata de manifestar con claridad lo que sentimos y necesitamos, y cómo nos afecta lo que los demás nos dicen y hacen. Cuando solicitamos algo, le damos al otro la oportunidad de estar a nuestro lado, le mostramos la importancia que tiene para nosotros y le ofrecemos que nos acompañe. Es un acto de amor y de consideración, y nos permite fortalecer la relación.

Pedir es un acto de humildad. Es reconocer nuestra fragilidad y no sentirnos mal por ello. No somos más débiles por hacerlo. Al revés, cuando uno manifiesta lo que necesita y lo reclama en voz alta, es un acto de valentía. Debemos atrevernos a decir que no y a decir que sí con asertividad. Si, por el contrario, nuestra decisión está basada en algún miedo, necesitamos justificarla, defenderla, e internamente nos sentimos inseguros. Una resolución basada en el temor y con el objetivo de mantener una aparente seguridad, paradójicamente lo que consigue es sustentar todo lo contrario.
Se trata de aprender a decir sí a lo que pedimos con respeto hacia uno mismo y hacia el otro, con autoestima y dignidad. Cuando adoptamos esta actitud, siempre se está dando la negación a otra cosa. Quizá decimos no a lo que se nos está pidiendo, pero si lo hacemos con asertividad implica que se ha reflexionado, que existen buenas razones para decir que no, y no son en contra de nadie. Es decir, su negación surge de una actitud positiva y no del rencor o rechazo a la persona. Con diálogo consigue el acuerdo del otro, que comprenderá que en esta ocasión no es usted quien va de hacer lo que él necesita. Puede ofrecer alternativas, soluciones o ideas creativas mostrando su atención. En este sentido, el no surge de un espacio de amor, valentía y respeto.

Aprender a negarse a una demanda significa también educarse en aceptar que nos puedan contestar lo mismo cuando somos nosotros los que nos encontramos en el otro lado, y, por tanto, asimilamos que no somos rechazados por ello.
A veces no pedimos por miedo a sentirnos rechazados. Aprendiendo a decir lo que queremos con claridad y abiertos a lo que el otro nos ofrece, llegamos a acuerdos. Si el otro no quiere colaborar, no siempre significa que nos rechace. El diálogo conduce a un punto de encuentro, y sentirse con esa libertad facilita solicitar lo que necesitamos sin tapujos, con seguridad en nosotros mismos y con la confianza en el otro.

Todavía hay un punto que conviene dejar claro: ser conscientes de cómo realizamos nuestra solicitud de ayuda porque nuestra forma de pedir es recibida de distintas maneras. En su libro Relaciones poderosas, el consultor y coach Joan Quintana define nueve patrones de pedir:

1. El que pide cuando lo necesita, de forma clara y sin complejos.

2. El que lo hace sin manifestarlo, mantiene expectativas y espera que otros le ofrezcan lo que necesita. Esta actitud debilita las relaciones y nutre el resentimiento.

3. Le cuesta solicitar ayuda, realiza las tareas solo porque así “lo hace más rápido” y paga un alto precio sobrecargándose de trabajo.

4. Seduce y es muy convincente cuando tiene que demandar algo, de manera que al otro le es difícil decir que no.

5. Todo lo que reclama es urgente, lo hace de forma compulsiva y sin criterio ni prioridades claras.

6. Sus requerimientos se transforman en ruego, lo que hace que el interlocutor se sienta atrapado y obligado a decir sí.

7. Cuando pide, impone; sus peticiones son como órdenes.

8. Reclama cuando no ha expresado de forma clara lo que quiere. Reclamar es volver a pedir.

9. Petición falaz significa que no se necesita o se realiza sin confiar en el otro. Por ejemplo, cuando quiere burlarse de las incompetencias de un compañero y sabe que errará; o le pide lo mismo a varias personas a la vez.

Para mantener relaciones saludables es necesario solicitar ayuda con claridad, con dignidad y abiertos al diálogo. En la petición se debe ser proactivo. Hay personas que piden a Dios o al universo, que lo hacen en oraciones o meditaciones, pero si no ponemos de nuestra parte, difícilmente se cumplirá lo solicitado.



Un favor no es una deuda

Para mantener lazos personales saludables debemos escuchar y reconocer al otro, saber solicitar lo que necesitamos y ofrecer lo mejor de nosotros, llegando a acuerdos que nos ayuden a avanzar en nuestros propósitos. Conectar con nuestras aspiraciones y sueños y saber pedir la ayuda necesaria para que se cumplan nos mantiene centrados y alineados con nuestras motivaciones.
Requerir apoyo fortalece nuestro vínculo con la otra persona. “Cuando pedimos para el beneficio propio”, afirma el consultor y coach Joan Quintana, “es importante entender que le ofrecemos al otro la oportunidad de dar, generar satisfacción en nosotros y fortalecer el vínculo. Pocas personas tienen claro que esto es saludable para la relación y sienten que quedan en deuda o que se les debe algo. Una relación sana permite pedir un favor sin que se transforme en una deuda”.


Para aprender más

LIBROS

‘Relaciones poderosas’, Joan Quintana y Arnoldo Cisternas (Editorial Kairós, 2014)

Este libro enseña a convivir con la dualidad de la existencia y adaptarnos a las nuevas relaciones que van surgiendo a lo largo de la vida: Fortalezas y vulnerabilidad, lo que tengo y lo que me falta, lo completo y lo incompleto, lo que fluye y lo que tensiona.


‘Vivir en el alma’, Joan Garriga (Rigden-Institut Gestalt, 2009)

Su propuesta es sencilla y directa, como lo son las enseñanzas sabias de todas las tradiciones espirituales: amar lo que es, amar lo que somos y amar a todos los que son.
Un favor no es una deuda
Para mantener lazos personales saludables debemos escuchar y reconocer al otro, saber solicitar lo que necesitamos y ofrecer lo mejor de nosotros, llegando a acuerdos que nos ayuden a avanzar en nuestros propósitos. Conectar con nuestras aspiraciones y sueños y saber pedir la ayuda necesaria para que se cumplan nos mantiene centrados y alineados con nuestras motivaciones.
Requerir apoyo fortalece nuestro vínculo con la otra persona. “Cuando pedimos para el beneficio propio”, afirma el consultor y coach Joan Quintana, “es importante entender que le ofrecemos al otro la oportunidad de dar, generar satisfacción en nosotros y fortalecer el vínculo. Pocas personas tienen claro que esto es saludable para la relación y sienten que quedan en deuda o que se les debe algo. Una relación sana permite pedir un favor sin que se transforme en una deuda”.

sábado, 10 de febrero de 2018

Las historias que nos hacen familia - Dra. Natalia Trenchi



Todos conocemos familias que se deshacen en mil pedazos después de alguna desgracia o evento significativo y otras que se juntan hombro con hombro para enfrentar lo que sea, y lo hacen sin perder la alegría ni el disfrute. También están las familias que expulsan (real o simbólicamente) a los integrantes que se salen del libreto esperado y también aquellas que aceptan con amor cualquier diversidad o anomalía.
Sea como sea, los humanos seguimos encontrando en la familia nuestro ecosistema óptimo para pasar la vida a lo largo de todas las etapas. Es en el grupo familiar que los humanos nos construimos como personas, nos nutrimos y modelamos. No hay una única manera de ser una familia y aún las más disfuncionales pueden llegar a ofrecer algunas cosas buenas a sus integrantes. Como una vez me dijo una terapeuta familiar: “Sólo hay una cosa peor que tener una familia, y es no tenerla”
Todos los que hemos puesto vida para generar una nueva rama familiar seguro que hemos deseado encontrar la manera de que ese grupo sea un nidito seguro, protector y fortalecedor para todos, que además sea capaz de perdurar a través del tiempo. Muchas son las condiciones necesarias para lograrlo, pero hoy quiero hablarles de una de ellas: lo que se llama la “narrativa familiar”, es decir, las historias que se cuentan de la familia y la historia que cada uno de nosotros se cuenta a sí mismo de su familia.
La investigación vienen demostrando que quienes saben más de la historia de su familia no sólo desarrollan mayor sentido de pertenencia familiar y mejores vínculos familiares sino que terminan teniendo una mejor capacidad para enfrentar los problemas de la vida, desarrollan mayor sentido de control sobre sus propias vidas, mayor autoestima, tienen menores niveles de ansiedad, menos problemas de conducta y mayor fortaleza para enfrentar dificultades. Muy bueno, ¿verdad? Esto nos podría llevar a ir corriendo a inundar a nuestros niños con información, datos y fechas. Y ¿saben qué?, no serviría de nada. Porque lo crucial para tener tan buenos resultados es que esa información llegue porque hay alguien dispuesto a contarla, alguien dispuesto a escucharla y muchas oportunidades de que eso suceda. Lo que importa no son los datos en sí mismos sino el proceso por el cual se accede a ellos.
A través de estos encuentros entre los “viejos y los jóvenes de la manada” es que se va conformando una identidad trans-generacional. Es muy fortalecedor emocionalmente que los niños lleguen a sentir que forman parte de una gran familia, que no empezó cuando ellos nacieron ni terminará cuando ya no estemos. Para lograrlo son muy, pero muy importantes las historias familiares que les contemos: de donde vinieron sus antepasados, cómo se conocieron sus abuelos, donde vivían, de qué trabajaban, a qué escuela fueron sus padres, qué querían ser cuando crecieran, y tantas cosas más.
Algunas familias cuentan sólo los éxitos, otras ponen el acento en lo que se ha perdido. Lo más fortalecedor es contar las verdes y las maduras: hemos ganado, hemos perdido, han habido etapas difíciles y de las buenas. Esto les da una visión más sabia para mirar con perspectiva cuando enfrenten dificultades: otros las han pasado, y otros las han superado; en la vida todo pasa. Así aprenden a interpretar las dificultades como otro capítulo de la historia, que será seguido por otros.
Estos encuentros son tan importantes que ni siquiera importa mucho la veracidad de lo que se cuenta. Incluso pueden escuchar los mismos hechos en diferentes versiones según quien la cuente y salir enriquecidos. Lo que importa es el encuentro humano y la conexión, esa sincronización entre cerebros que se da cuando uno cuenta y el otro escucha.
Esto sólo es posible si hay oportunidades de encuentro, si hay tiempo y ganas. No se puede lograr con auriculares, o con cada uno frente a su pantallita o en su burbuja. No hay una manera corta de hacerlo. No se logra con un doble clic. Estas magias sólo pasan entre humanos que celebran su condición de tales.
Nota personal: Cuando mi abuela paterna (a quien no conocí pero heredé el nombre) enviudó, muy joven y con 5 hijos, a lo primero que atinó fue a comprar varias bolsas de harina de maíz para asegurarse el sustento familiar por un buen tiempo. Desayuno, almuerzo y cena fueron a base de harina de maíz por mucho tiempo. No se abatató ni se estacionó en el problema, miró para adelante y fue práctica e inteligente. Estoy segura que fue en buena medida por esa historia que no sólo heredé el disgusto por la polenta, sino la actitud pragmática y solucionadora de problemas.


Comparto este excelente artículo de la Dra. Natalia Trenchi, siempre vigente y motivador para que reflexionemos sobre un tema al que me parece que cada vez más se le va restando importancia y es fundamental para nuestro crecimiento personal.