sábado, 10 de febrero de 2018

Las historias que nos hacen familia - Dra. Natalia Trenchi



Todos conocemos familias que se deshacen en mil pedazos después de alguna desgracia o evento significativo y otras que se juntan hombro con hombro para enfrentar lo que sea, y lo hacen sin perder la alegría ni el disfrute. También están las familias que expulsan (real o simbólicamente) a los integrantes que se salen del libreto esperado y también aquellas que aceptan con amor cualquier diversidad o anomalía.
Sea como sea, los humanos seguimos encontrando en la familia nuestro ecosistema óptimo para pasar la vida a lo largo de todas las etapas. Es en el grupo familiar que los humanos nos construimos como personas, nos nutrimos y modelamos. No hay una única manera de ser una familia y aún las más disfuncionales pueden llegar a ofrecer algunas cosas buenas a sus integrantes. Como una vez me dijo una terapeuta familiar: “Sólo hay una cosa peor que tener una familia, y es no tenerla”
Todos los que hemos puesto vida para generar una nueva rama familiar seguro que hemos deseado encontrar la manera de que ese grupo sea un nidito seguro, protector y fortalecedor para todos, que además sea capaz de perdurar a través del tiempo. Muchas son las condiciones necesarias para lograrlo, pero hoy quiero hablarles de una de ellas: lo que se llama la “narrativa familiar”, es decir, las historias que se cuentan de la familia y la historia que cada uno de nosotros se cuenta a sí mismo de su familia.
La investigación vienen demostrando que quienes saben más de la historia de su familia no sólo desarrollan mayor sentido de pertenencia familiar y mejores vínculos familiares sino que terminan teniendo una mejor capacidad para enfrentar los problemas de la vida, desarrollan mayor sentido de control sobre sus propias vidas, mayor autoestima, tienen menores niveles de ansiedad, menos problemas de conducta y mayor fortaleza para enfrentar dificultades. Muy bueno, ¿verdad? Esto nos podría llevar a ir corriendo a inundar a nuestros niños con información, datos y fechas. Y ¿saben qué?, no serviría de nada. Porque lo crucial para tener tan buenos resultados es que esa información llegue porque hay alguien dispuesto a contarla, alguien dispuesto a escucharla y muchas oportunidades de que eso suceda. Lo que importa no son los datos en sí mismos sino el proceso por el cual se accede a ellos.
A través de estos encuentros entre los “viejos y los jóvenes de la manada” es que se va conformando una identidad trans-generacional. Es muy fortalecedor emocionalmente que los niños lleguen a sentir que forman parte de una gran familia, que no empezó cuando ellos nacieron ni terminará cuando ya no estemos. Para lograrlo son muy, pero muy importantes las historias familiares que les contemos: de donde vinieron sus antepasados, cómo se conocieron sus abuelos, donde vivían, de qué trabajaban, a qué escuela fueron sus padres, qué querían ser cuando crecieran, y tantas cosas más.
Algunas familias cuentan sólo los éxitos, otras ponen el acento en lo que se ha perdido. Lo más fortalecedor es contar las verdes y las maduras: hemos ganado, hemos perdido, han habido etapas difíciles y de las buenas. Esto les da una visión más sabia para mirar con perspectiva cuando enfrenten dificultades: otros las han pasado, y otros las han superado; en la vida todo pasa. Así aprenden a interpretar las dificultades como otro capítulo de la historia, que será seguido por otros.
Estos encuentros son tan importantes que ni siquiera importa mucho la veracidad de lo que se cuenta. Incluso pueden escuchar los mismos hechos en diferentes versiones según quien la cuente y salir enriquecidos. Lo que importa es el encuentro humano y la conexión, esa sincronización entre cerebros que se da cuando uno cuenta y el otro escucha.
Esto sólo es posible si hay oportunidades de encuentro, si hay tiempo y ganas. No se puede lograr con auriculares, o con cada uno frente a su pantallita o en su burbuja. No hay una manera corta de hacerlo. No se logra con un doble clic. Estas magias sólo pasan entre humanos que celebran su condición de tales.
Nota personal: Cuando mi abuela paterna (a quien no conocí pero heredé el nombre) enviudó, muy joven y con 5 hijos, a lo primero que atinó fue a comprar varias bolsas de harina de maíz para asegurarse el sustento familiar por un buen tiempo. Desayuno, almuerzo y cena fueron a base de harina de maíz por mucho tiempo. No se abatató ni se estacionó en el problema, miró para adelante y fue práctica e inteligente. Estoy segura que fue en buena medida por esa historia que no sólo heredé el disgusto por la polenta, sino la actitud pragmática y solucionadora de problemas.


Comparto este excelente artículo de la Dra. Natalia Trenchi, siempre vigente y motivador para que reflexionemos sobre un tema al que me parece que cada vez más se le va restando importancia y es fundamental para nuestro crecimiento personal.

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