lunes, 15 de mayo de 2017

Reflexionando con Juanma Quelle



En este lado del mundo la economía ya es más importante que la salud. El principal objetivo de los gobiernos ya no son las personas, sino situar a sus países entre las primeras economías mundiales. En este lado del mundo nos mostramos incapaces de alcanzar un acuerdo que frene el cambio climático, la sobreexplotación de los recursos naturales o la contaminación, aunque esto nos pueda costar el planeta. En este lado del mundo apostamos por un modelo de desarrollo basado en un consumismo insostenible y absurdo. Tan absurdo que muchas de las cosas que compras están fabricadas para que no duren y las tengas que volver a comprar.  Un lado del mundo donde si algo se estropea se desecha sin intentar repararlo, vivimos inmersos en una espiral de usar y tirar que también alcanza empleos, amistades o amores. En este lado del mundo, mientras el PIB de un país siga creciendo, no parece importante que lo haga a costa de convertir a la sociedad que lo compone en una fábrica de producir infelicidad. 

Confieso que me asombra y preocupa al mismo tiempo que, en 2016 y por tercer año consecutivo, la pregunta ¿cómo ser feliz? haya vuelto a ser la frase más buscada en Google en España. 

No, definitivamente en este lado del mundo no somos tan felices como cabría esperar. Nada extraño por otro lado, si tenemos en cuenta que nadie nos enseñó a serlo. Nuestros padres nos enseñaron valores, ética y reglas de urbanidad, también todo aquello que ellos consideraban correcto: a comer con la mano derecha -aunque fueras zurdo- a saludar al entrar y salir de los sitios, a respetar a los mayores y a ayudar a quien lo necesitara. A ser buenas personas, limpias y muy trabajadoras. En el colegio completaban nuestra formación con historia, literatura, matemáticas, lenguaje y una larga lista de asignaturas más. La mayoría de nosotros después de clase aprendimos música, idiomas o disciplinas deportivas. Más tarde llegaron las carreras universitarias y másteres o post grados. Durante todo ese proceso de aprendizaje, nuestro entorno nos animaba a seguir adelante, a que obtuviéramos las mejores calificaciones, a ser los mejores, pero nadie, nadie que yo recuerde nos enseñó a ser felices. Nos prepararon para enfrentarnos al mundo – y lo siguen haciendo-  obviando lo más importante, que si no logramos ser felices no seremos nada, porque cuando alguien no se siente feliz, todo lo demás carece de sentido. 

Nadie que haya sido educado en los últimos cincuenta años confunde las matemáticas con la historia, ni lo que está bien con lo que no lo está. Fuimos y somos entrenados para reconocer las diferencias fundamentales y por muy poco aplicados que fuéramos entonces, algo de todo aquel aprendizaje caló en cada uno de nosotros. Quizá si nos hubieran enseñado también a ser felices hoy estaríamos preparados para encontrar el camino de la felicidad sin ayuda de Google. Seríamos capaces de elegir sin equivocarnos entre las múltiples opciones que nos ofrece la vida y elegir la correcta, la que más felicidad nos reporte a medio y largo plazo.

Sin embargo, en este lado del mundo es cada vez más frecuente que la gente confunda la felicidad con el dinero, o crea haber alcanzado la plenitud cuando le sonríe el éxito. Sin darse cuenta de que si lo que quieren es dinero, no buscan ser felices, buscan ser ricos y aunque eso no tenga nada de malo, no ofrece ninguna garantía de alcanzar la felicidad. Lo mismo sucede con el éxito profesional. Cuantos de nosotros/as hemos sacrificado gran parte de nuestra vida personal o familiar persiguiendo el éxito profesional como si se tratara de la panacea, luchando por ser el mejor, por llegar a lo más alto, para darse cuenta en algún lugar del camino de que esa batalla no se puede ganar, sencillamente porque nunca termina. Por mucho que te esfuerces siempre batirán tus marcas. Un buen ejemplo es el deporte de élite, donde a pesar de que las marcas actuales parecen inalcanzables se baten records mundiales todos los años, pasó el año pasado y volverá a suceder el próximo, así de simple y así de implacable. Por lo que, si aún no han batido tus marcas mira hacia atrás porque lo más probable es que el encargado de hacerlo esté estudiando secundaria. Resumiendo, que de poco sirve aferrarse al sillón y a las viejas creencias, el relevo generacional es síntoma de evolución, además de ley de vida, así que procura no poner en ese cesto más huevos que los imprescindibles.

En este lado del mundo estamos obligados a competir. Obligados porque la competencia, esa que todo lo impregna en el ámbito laboral y en cada vez más aspectos de la vida, no está en nuestra naturaleza. Por eso nos produce importantes dosis de estrés y ansiedad. Los seres humanos llevamos en nuestro ADN el gen de la cooperación, aunque muchos parezcan haberlo olvidado. ¿Quién no recuerda que de niño el mayor afán cuando terminabas un trabajo antes que el resto, era ayudar a tus compañeros a terminar los suyos? Nuestro instinto natural es el de la cooperación. Sin embargo, pocos años después nos vemos envueltos en una dinámica de competencia insana, ya que para ser el mejor en algo necesariamente los demás tienen que ser peores que tú y eso es en esencia una perversión. Lo más triste de todo es que dedicamos a esta frenética carrera la mayor parte de nuestro tiempo y energía como adultos sin darnos cuenta de que en nuestro desarrollo personal o profesional lo que de verdad importa no es crecer, si no hacia dónde. 

Salvo que hayas venido a este mundo expresamente para ser cerrajero, informático o directiva de banca. Lo más probable es que estés aquí para ser feliz y que aún no hayas podido dedicarte conscientemente a ello. Mi propuesta es crecer hacia la felicidad, por la misma razón por la que los árboles lo hacen hacia el sol, sencillamente porque lo necesitan. En mi opinión la verdadera inteligencia de una persona la determina su capacidad para ser feliz. De hecho, es la capacidad para ser feliz y no la preparación, la que determina la plenitud de una vida. 
                                                                   Juanma Quelle

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