sábado, 20 de octubre de 2018

Reflexión del día: Con Allan Percy



Cuando lo normal no existe y la niebla cubre tus sentidos, el mundo no desaparece, sólo cambia, y a veces una mano amiga es lo único que necesitamos para volver a sentir la luz en nuestra piel.
   Helen Keller nació sana en el núcleo de una familia sencilla y feliz, pero la enfermedad se lo arrebató todo: la vista, el oído y la alegría. 
   Era una niña inteligente y activa que luchó en su más tierna infancia para comunicarse con el mundo, pero sus intentos se vieron frustrados y todos esos sentimientos se desbocaron convirtiéndola en un torbellino de rabia y violencia.
   Sin embargo, esta historia no tiene solo una protagonista, sino dos. Cuando Helen contaba seis años, su familia no podía tolerar más aquel comportamiento y no sabía cómo ayudarla, así que solicitó los servicios de una institutriz. Así fue como Anne Sullivan, la maestra y mejor amiga de Helen, aparecería en la vida de la pequeña inyectándole optimismo e ilusión por la vida.
   Sullivan ya había sido un ejemplo de fortaleza y arrojo. Había estudiado y superado su ceguera tras varias intervenciones, y ahora se dedicaba a ayudar a niños que pasaban por lo mismo que ella había tenido que sufrir. Pero ante el caso de Helen tuvo que hacer acopio de toda su valentía y paciencia, pues se encontró con una niña que no comprendía los conceptos, una pequeña que sin vista ni oído debía aprender de cero todo lo necesario para la vida.
   Gracias a la autobiografía que mucho más adelante Helen escribiría, podemos saber lo importante que fue la llegada de Anne a su vida, y cómo su dedicación hizo renacer en ella el entusiasmo, la alegría y el optimismo.
   Anne empezó enseñándole que cada cosa tenía un nombre y que cada nombre tenía un significado que se aplicaba al mundo. Cuando Helen lo comprendió, no podía dejar de preguntar y de desear aprender, mejorar y superarse.
   Sus carencias no fueron suficientes para desanimarla y, gracias a la amistad de Anne y a su incansable tesón, derribó los muros que la enfermedad le había impuesto.
   Helen aprendió el lenguaje de los signos; aprendió a leer y a escribir en braille, incluso a hablar varios idiomas. Su determinación fue tal, que en 1904 se graduó con honores en el Radcliffe College y llegó a ser mundialmente famosa. Un ejemplo no solo para los que sufren alguna carencia sensorial, sino para todo aquel que encuentre dificultades en su camino.
   No lo hizo sola, ya que se apoyó en Anne hasta que ésta falleció. Pero la fortaleza y la valentía no suponen enfrentarse al mundo solos, sino ser capaces de aceptar la ayuda que se nos ofrece y saber aprovechar todas las oportunidades que se nos brindan.
   Helen Keller demostró que luchar, aunque sea a ciegas, vale la pena.



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