domingo, 18 de marzo de 2018

Reflexionando con Francesc Miralles



Buenas tardes,
Uno de mis amigos más admirados es un joven empresario que me inspiró el maestro budista de La lección secreta. Tiene una veintena de empleados y cada día, al llegar a la oficina, antes de nada dedica unos minutos a cada uno de ellos para hacerle tres preguntas: 1) ¿Cómo estás? 2) ¿En qué estás? 3) ¿Cómo puedo ayudarte?
Conociéndole, quiero pensar que escuchará atentamente las tres respuestas, muy especialmente la primera, pues casi nadie lo hace.
El «¿cómo estás?» o el más informal «¿qué tal?» se han vaciado de significado, ya que muy raramente quien lo pregunta se detiene a escuchar la respuesta. Esto es así hasta el punto que tampoco respondemos, como si nos hubieran lanzado un «hola» de cortesía. Con un estereotipado «bien, gracias» o un neutro «tirando…» queda zanjado el asunto.
Y, sin embargo, quizás es la pregunta simple más significativa que se puede hacer a un ser humano, ya que este interrogante apunta a todo lo que nos pasa por dentro (y a veces por fuera), y entre todo ello, lo que ocupa el primer lugar en nuestro catálogo de preocupaciones.
Se ha establecido la convención de que el «¿Cómo estás» no signifique nada o, lo que es lo mismo, sea un comodín que puede significar cualquier cosa. A veces te dicen por teléfono o te escriben por whatsapp un «¿cómo estás?» que en realidad significa:
•      ¿Qué hay de lo mío? en todas sus variantes: ¿Has acabado el trabajo? / ¿Tienes ya el dinero? / ¿Cuándo vendrás a llevarte el trasto que dejaste en mi casa?, y otras cosas por el estilo.
•      ¿Puedo empezar ya a contarte cómo estoy? En este caso, se espera de nosotros la consabida respuesta neutra para, acto seguido, pasar al ataque después del «¿Y tú?» de cortesía.
Estos juegos demuestran aquello que dijo algún filósofo de que el uso de una palabra no compromete su significado.
Sin embargo, ¿qué sucedería si alguien tomara la pregunta al pie de la letra y contestara atendiendo a su verdadero significado?
Lo comprobó en propia piel un compañero de trabajo que tenía por costumbre usar el «cómo estás» / «qué tal» de forma masiva, como saludo estereotipado en cualquier situación social, incluso en actos tan cotidianos como comprar en un supermercado.
En una ocasión, me contó que la cajera de un supermercado a la que no conocía de nada contestó coherentemente a la pregunta explicándole cómo se sentía aquel día y por qué se sentía así, con lo cual se quedó boquiabierto. De no haber tenido pareja, me dijo, se habría enamorado de ella.
Vivimos en un mundo en el que, fuera del círculo íntimo, a casi nadie le interesa nadie. Por eso, tal vez la verdadera revolución emocional llegará el día que al preguntar «cómo estás» nos paremos a escuchar la respuesta y ésta salga del corazón, como la de la cajera.
Cuando llegue ese momento, estaremos todos sin duda mucho mejor.
¡Feliz semana!
Francesc


Una reflexión que nos hace pensar -y mucho- en nuestra forma de relacionarnos, en el grado de profundidad que tienen nuestras relaciones y qué necesitamos cambiar para sentirnos mejor. 

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