Dice sentirse como un autor de frontera, haciendo ejercicios de funambulismo entre el rigor académico y el afán de divulgación. Y a buen seguro que sale airoso del entuerto a juzgar por el éxito de su más que extensa obra. Con más de setenta libros publicados, muchos de ellos auténticos best sellers de la Filosofía, el profesor de la Universitat Ramon Llull de Barcelona, Francesc Torralba (Barcelona, 1967), bucea lo mismo en los valores esenciales que en el diálogo entre creyentes y no creyentes o en lo que ha dado en llamar la lógica del don. En su última propuesta literaria se cuestiona ¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo? (ediciones Khaf). Un título complicado que sin embargo agotaba su primera edición en la primera semana de estancia en las librerías. En él, Torralba se sumerge en la crisis de sentido que aqueja a nuestras sociedades y nos propone volver a hacernos la gran pregunta, que habíamos dejado olvidada: ¿para qué vivimos?
Texto ---- Mª ÁGELES LÓPEZ ROMERO
@papasblandiblup
Llama mucho la atención su enorme producción literaria. ¿Dónde se nutre para poder alimentar a otros?
Es un período de mucha fecundidad. Esto es verdad. Yo creo que tiene que ver con dos elementos. Uno, lecturas que he hecho a lo largo de muchos años de clásicos (Kierkegaard, Niestzsche, Pascal, San Agustín, Montaigne…), que son una fuente de inspiración extraordinaria. Te abren horizontes, campos de indagación. Y luego el hecho de estar cada semana con tantos estudiantes, también es una fuente de interrogación. Te obliga a salir de la biblioteca y de tu mundo intelectual o de tu torre de marfil. Hay profesores para los que dar clases es simplemente un medio para sobrevivir, algo así como un modus vivendi. Pero para mí no. Para mí dar clase es una fuente de interrogación y de sentido.
En este último libro habla de la importancia de que la Filosofía ilumine y afirma que quizás en los últimos tiempos no lo está haciendo…
Creo que debe ser clara, debe ser pedagógica, tiene que llegar al vulgo, si no, no sirve para nada, es decir si es un ejercicio de exhibición intelectual o exhibición de la erudición acaba siendo muy estéril. Lo más interesante es intentar aunar por un lado el rigor y por otro la claridad. En ese sentido me siento como un autor de frontera. Llamado a articular una filosofía que llegue al máximo número de personas. Y sobre todo de educadores. Porque donde está la labor y donde verdaderamente tenemos que influir y cambiar mentalidad y potenciar forma de educar nuevas es en el ámbito de las instituciones educativas.
La crisis de lenguaje está afectando a éste y otros ámbitos. ¿Se ha roto el lazo entre el emisor y el receptor?
Sí. A veces lo que acaba pasando es que ya no hay campo de intersección. Es decir, hay un emisor con un lenguaje muy críptico, un ideolecto, y luego hay un receptor que ya no comprende gran cantidad de los signos, palabras, imágenes, fórmulas que utiliza este emisor. ¿Cuál es el resultado final? Una brecha lingüística. Por ejemplo en el lenguaje de la Teología es muy frecuente. Yo lo observo. El éxito del Papa Francisco es que ha sabido formular casi en un formato de tuit, grandes ideas. “Esta economía mata”. Y dices, caray… Esto llega al corazón de las personas. Saben qué dice.
Seguramente el éxito mediático del Papa Francisco reside también en que ha combinado esa facilidad de sintetizar ideas con el gesto. La autenticidad o la coherencia de su discurso cuando lo vemos abrazar, lavar los pies, conmoverse…
¡Claro! Ésta es la clave. No hablamos sólo del lenguaje verbal, sino de todo un lenguaje no verbal que hay en su figura. La vestimenta, la empatía, la discreción, la sobriedad, la proximidad a personas sobre todo vulnerables, indigentes, enfermos, presos… Todo eso da consistencia, credibilidad a su mensaje.
Hay quienes, desde dentro de la propia Iglesia, se están empezando a cuestionar si Francisco va a llegar a poner en práctica las reformas que sueña.
Sí, es verdad, y no sólo en entornos intraeclesiales sino también extraeclesiales hay esta sospecha. Ha pasado un año de pontificado, ha habido gestos, ha habido discursos, palabras, mucha recepción mediática, como ningún papa en la historia. Pero ahora viene la pregunta. Si este proyecto, esta visión, este programa de reformas, verdaderamente se podrá encauzar. Yo tengo una esperanza: que éste es un Papa con experiencia de gobierno. Es decir, no es un profesor, un erudito, un intelectual, un teólogo.
Es un pastor con una gran experiencia de gobierno. No sólo en la Compañía de Jesús sino en una Iglesia diocesana importante como Buenos Aires. Esto, para decirlo claramente, evita la tentación de calificarlo de ingenuo soñador o utópico. Porque conoce las dificultades de encauzar un proyecto. Y por tanto sabe de la necesidad de generar complicidades, de escuchar a la comunidad, de progresar lentamente, de buscar las afinidades para ver cómo se puede articular ese proyecto de reforma que está en el espíritu y la letra de Evangelii Gaudium. Yo en esto soy muy esperanzado. Pero no podemos anticipar futuros.
Quizás sí está suavizando esa barrera que existe entre agnosticismo y fe. Usted ha escrito sobre esto el libro Creyentes y no creyentes en tierra de nadie, (PPC). ¿Nunca como ahora hemos estado tan distanciados?
Mira, depende de entornos. Es muy probable que aquí en Madrid se perciba eso. Pero hay sociedades donde persiste todavía lo que a mí me gusta denominar el ámbito de intersección. Yo soy creyente, yo no soy creyente, pero compartimos deseos. Compartimos virtudes públicas. Tenemos aspiraciones similares, no queremos que haya hambre en la Tierra, no queremos el terrorismo, la injusticia social. Queremos un mundo donde nuestros hijos puedan ser medianamente felices… Hay un campo de intersección muy grande que es lo que este Papa está subrayando. Los ámbitos de encuentro.
Volviendo a Pierre Anthon…, impacta su retrato del ciudadano pos-, que tiende a convertirse en un mero espectador. ¿Tanto nos atemoriza el para qué?
Mucho, nos aterra. Nos inquieta mucho esta pregunta. Todo el foco de atención en la sociedad, en los libros, incluso en la educación está en el cómo. Cómo ganar dinero, cómo ser un profesional de éxito, cómo tener salud, cómo entenderse con la hija adolescente, cómo mantenerse joven… Pero el para qué desaparece. Es una pregunta muy inquietante que en el fondo te obliga a pensar mucho en tu propia vida. Hay un temor a la pregunta por el sentido.
¿Cómo hacer entender que dotar la vida de sentido no se limita a elegir una profesión con salida?
La crisis ha puesto de manifiesto que el argumento de la utilidad, que es el que se emplea más en la escuela (tiene salidas, no tiene salidas…) no sirve. Porque hay personas que han hecho Arquitectura, Derecho, Económicas… y tampoco se han colocado. O se han encontrado con un contrato basura o sub calificados. Consecuencia: no argumentes sólo con el argumento de la utilidad. Si no, yo no hubiera estudiado Filosofía, o Teología, por cierto. ¿Cuenta la utilidad? Hombre, claro. Tenemos que vivir, tenemos que alimentar a nuestros hijos, pagar la hipoteca. Lógico que cuenta. Pero también cuenta lo que te sientes llamado a hacer. Tu Talento, tus capacidades. Fíjate que al final muchos acaban sacrificando este aspecto en aras de la utilidad. Se miran en un espejo a los 40 años y dicen: ¡qué asco de vida! Y en cambio otros que no tienen esta seguridad hacen un tipo de labor que les colma. Hemos subrayado tanto la utilidad que hemos abortado completamente la pregunta por el sentido, la vocación, el propósito, lo que va a colmar. Y no se trata de ir de un extremo al otro como el péndulo, sino de conseguir un equilibrio. Naturalmente que hay que pensar en términos pragmáticos. Yo mismo lo pienso. ¿Cómo no voy a pensar en ello con cinco hijos? Pero, por otro lado, no puede ser que sólo pienses en clave de utilidad.
¿Por qué estamos instalados en la queja?
Primero, porque nos falta perspectiva global. Si tuviera conocimiento de la magnitud de mal que hay en el mundo, sufrimiento, injusticia, vejación, vulneración de derechos… diría: ´no tengo derecho a quejarme´. Es lo que te pasa al salir de un hospital o de una unidad de paliativos. Y dos: la queja es gratis. Es una manera de desahogarse emocionalmente. Pero la cultura de la queja no conduce a nada. Tampoco la indignación. Lo único que conduce a algo es naturalmente la indignación frente al mal pero además también la proyección y la acción para cambiarlo. Eso sí que genera cambios. De lo que se trata es de decir: ¿Cómo puedo cambiarlo? Solo no. Vamos a vincularnos. Y prueba de ello son plataformas, cooperativas, actividad política, actividad sindical… Puede haber distintas articulaciones. Pero lo que es evidente es que la queja por sí sola en la cocina de tu casa, asqueando la vida de tus compañeros o de tus familiares, no lleva a ningún sitio.
Citaba la esperanza. Y justo lo contrario es esa nada que usted afirma que es la más terrible y más temible de todas las tentaciones. Nadie está libre de esa nada…
Nadie.
A veces miramos con mucha prepotencia a quien la sufre, ¿No?
Porque no se ha experimentado en el propio ser. Es lo que pasa con el paro, lo que pasa con una separación matrimonial, con un hijo que tiene dificultades de aprendizaje… ´Va, eso es porque no lo haces así…´. A ver: quien experimenta la oscuridad del pozo y ha salido, puede entender al otro que está en el pozo. Cuando una persona vive una crisis de sentido, pronto decimos, bueno, que se tome un antidepresivo y fuera. No, no te hablo de depresión. Es que he llegado a la conclusión de que mi vida no tiene sentido. Lo fácil es etiquetarlo: enfermedad Psiquiátrica. Cuidado. No vayamos tan rápido. O prepotencia. ´Esto es porque trabajas poco´. ´Esto es porque´… No. Te puede pasar a ti. A pesar de tus creencias, ¿eh?
Es terrible conocer los datos de suicidio en nuestra sociedad…
Se esconden mucho, pero son altísimos sobre todo en la franja 30-50. Es un tema tabú porque genera una culpabilización en todo el entorno afectivo. ¿Qué no he hecho yo o qué he dejado de hacer para evitarlo?
¿Hay alguna receta para salir de esa desesperación?
No la hay. Porque a veces hay entornos enormemente afectivos, estables social y económicamente, incluso hijos, incluso un trabajo que gusta, y la persona llega a la conclusión de que no merece la pena vivir. Por lo tanto no se puede aducir algún tipo de causa que explique la razón.En algunos casos es un desenlace afectivo o un fracaso laboral o una sensación de estorbo o una situación física, que uno no se ve viviendo en esa silla de ruedas o con una ventilación mecánica. Pero no hay una receta. Ahora , sí que hay y tiene que haber formas de prevención de esto. Y sí que tiene que haber posibilidades de identificarlo antes de que sea ya un desenlace final. O sea, muchas veces la soledad es un catalizador de este proceso. El no tener vínculos. A veces el encerrarse herméticamente, el no poder liberar, el no sentirse útil. Hay muchos ancianos que ponen la cabeza en el horno en el Ensanche de Barcelona. Si se sienten útiles, si se sienten amados, si ven que su vida tiene sentido, es más difícil que se produzca. Pero no hay receta. ¡Qué fácil sería que la hubiera!, ¡no?
¿Un camino para dotar la vida de sentido es, parafraseando otro de sus títulos, entrar en la lógica del don?
Sí, absolutamente. Yo creo que las personas que perciben que su vida tiene más sentido son las que dan más, las que se dan más. También hay cansancio. También hay alegría. También hay a veces desesperación, soledad. Pero cuando ves que a través de tu acción mejoras el mundo, esto da sentido, generas belleza, unidad…
Tiene escrita una auténtica biblioteca de valores. No sé si destacaría uno por encima de todos, del que estemos más necesitados en estos momentos.
Uno es el entusiasmo. Hay mucho desencanto en la sociedad. Hay mucha moral de derrota. Y cuando eres una persona entusiasmada eres como un tesoro vivo. Entusiasmada por su empresa, por su familia, qué sé yo, por Jesús, por quien sea… Falta entusiasmo. Y luego falta otro elemento que es la paciencia. No tenemos capacidad de esperar, de atender, de dar tiempo al otro. Mira lo que pasa en un peaje, en el caos circulatorio de Madrid o de Barcelona. No tenemos tiempo de espera. No hay paciencia con el ritmo del otro, no hay paciencia con el anciano, con la lentitud. Y eso nos hace muy intolerantes a las personas lentas o que tienen más dificultades en la movilidad.
Otro de los grandes déficits es el diálogo. Falta en el conflicto de Cataluña, de donde usted procede. Y hay quienes dicen que está faltando abordar la cuestión emocional.
Es un buen diagnóstico, faltan muchas cosas. Una, verdaderamente es el diálogo real. El sentarse a escucharse, el ponerse en la piel del otro, el comprender la posición del otro, buscar puntos de encuentro, equilibrios… Falta. Quizás porque los interlocutores están secuestrados. Porque hay un electoralismo que les pesa mucho más. Porque tienen servidumbres… Lo que sea. Esto por un lado. Quizás es verdad que no tenemos suficientemente en cuenta la dimensión emocional. Es decir, en parte este crecimiento del soberanismo tiene que ver también con un sentimiento de pertenencia y de herida. Y eso significa que estamos delante de un material muy sensible. Y debería haber un diálogo sereno y un diálogo con capacidad de ver lo que está en juego, que es mucho. Pero creo que todavía estamos muy lejos de que se creen las condiciones de este diálogo.
Usted se posiciona siempre en cuestión de creencias. ¿Qué es para usted la fe?
Pues yo creo que la fe es la respuesta a la llamada que uno experimenta en su interioridad y que eso se encauza de distintas formas a lo largo de la vida. Pero sobre todo es la respuesta a una llamada. Por lo tanto es un encuentro. Y por eso a mí me gusta tanto el principio de Deus Caritas Est, de Benedicto XVI, es decir, que la fe nace de un encuentro interpersonal que abre un horizonte nuevo y que abre un rumbo nuevo en la propia vida. Yo creo que es esto en particular, la respuesta a una llamada que acaece en el interior de la persona.
(Extraído de Revista 21 Junio 2014)
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