En la vida hay pocas cosas realmente importantes y una de ellas es tener amigos. A todas las edades es importante tener pares confiables con quienes podemos ser nosotros mismos sin maquillaje ni anestesia. Esto es cierto para todas las edades.
Particularmente, en la infancia, tener amigos no sólo significa divertirse más y pasarla mejor, sino que es sólo con ellos que se puede aprender una infinidad de cosas imprescindibles para la vida. ¿Con quiénes si no vamos a descubrir y aprender la compleja gramática social de cada generación? Sólo con ellos: con risas y lágrimas, abrazos y enojos, alegrías y conflictos. Con todo eso, cada uno de nosotros se va fortaleciendo y fuimos entendiendo qué es esto de ser uno entre otros.
Desde muy chiquitos nuestra propia naturaleza humana nos impulsa a acercarnos a nuestros pares. A medida que vamos madurando cognitiva y emocionalmente, el proceso se va haciendo más complejo hasta lograr esos vínculos tan especiales como disfrutables. Claro que el camino no es sólo de rosas. No a todos los niños les resulta fácil tener amigos. Muchos quieren tenerlos y no encuentran la manera. Otros la pasan mejor solos. Otros tienen tan mal carácter que ahuyentan a los demás. Algunos parecen invisibles a los ojos de sus compañeros. Otros siempre despiertan algún problema a su alrededor. Y también están los que tienen algo especial que todos quieren estar cerca suyo y ser su amigo. Ese es el grupo en que todos los padres querríamos que esté nuestro hijo, ¿verdad? Sin embargo, recientes investigaciones están comprobando lo que ya veíamos clínicamente quienes hace años trabajamos con niños: ¡Ojo con los populares porque lo que brilla hoy no necesariamente seguirá brillando en el futuro!
Los chicos y chicas populares son buscados, aceptados e imitados. Todos parecen querer estar cerca de ellos y a veces se producen verdaderas disputas por conseguirlo. Ocupan un lugar preponderante en la pirámide social que se autoconforma en los grupos y, acercarse a ellos, conseguir su aprobación, contagia en parte ese status.
¿Cómo han llegado a ser populares? En eso parece radicar la cuestión clave. Algunos de ellos son naturalmente atractivos desde el punto de vista social: son inteligentes y empáticos, flexibles, creativos, alegres y divertidos. Les sale naturalmente un rol social amable y amigable. Estos, por lo general, siguen siendo “populares” cuando pasa el tiempo. Llegan a la adultez teniendo amigos, llevándose bien con los compañeros de trabajo y con los amigos y familia de su pareja.
Hay otro grupo que llega a la popularidad por otro camino, por hechos fortuitos o auras pasajeras. A veces alguien que no se destacaba en el grupo es tocado por una especie de varita mágica que lo vuelve visible: puede ser que el desarrollo sexual se adelantó y es el primero en crecer y tener pelos, o la primera en rellenar de verdad un corpiño. Otras veces la popularidad se gana a través de la transgresión: fumar, tomar o bajar pornografía de internet pueden ser engañosas señales de que se es valiente y maduro. En otras tristes ocasiones, lo que eleva en la pirámide social es que alguien se dedique a hostigar y despreciar a todos los que considere inferiores. En estos casos, ganan la admiración de los que querrían hacerlo y no se animan, y el temor de la mayoría que prefiere parecer amigo antes que correr el riesgo de ser atacado.
En suma, hay una edad en que parecer más grande y estar a la vanguardia aunque sea aparentemente, da popularidad.
Investigadores de USA acaban de publicar una investigación(1) en la cual estudiaron a un grupo de 184 adolescentes desde que tenían 13 hasta los 23 años. Lo que comprobaron es que llegados a la juventud, el grupo que había sido “cool” en la adolescencia tenía un 45% más de problemas relacionados al abuso de alcohol y otras drogas, y 22% más de comportamientos delictivos. Incluso quienes no caían en estos extremos, eran vistos por sus pares como menos competentes socialmente y curiosamente inmaduros.
Los investigadores reflexionan que parte del problema puede ser que dado que ellos aprendieron que impresionar a sus pares era la vía para tener popularidad, quedan atrapados en ese modelo que se les va agotando en la medida en que todos crecen, maduran y ya no se impresionan por pavadas.
Para quienes hemos vivido atentos a nuestro alrededor esto no es una novedad: hemos visto a lo largo del tiempo naufragar a muchos populares y brillar a muchos “perdedores”. Ningún destino está escrito definitivamente a los 9 ni a los 13 ni a los 17 y lo que parece cotizar en bolsa cuando son chicos puede ser una carga cuando crecen y viceversa.
Lo que queda claro es que apurarse no conduce a la salud ni al bienestar. Que esos comportamientos transgresores light, a veces estimulados por los adultos a los que les encanta que sus hijos sean “cool”, no reflejan una verdadera madurez. Son, por el contrario, reflejo de una peligrosa necesidad de conformar las expectativas sociales que terminan debilitando lo verdaderamente importante de las personas que, por cierto, no está ni en su aspecto físico ni en sus posesiones.
Focalizarse demasiado en el aspecto físico, en la adhesión irrestricta al mandato social y en las jerarquías sociales, es muy peligroso. Es mucho mejor poder conducirlos al desarrollo de habilidades y capacidades verdaderamente fortalecedoras desde el punto de vista emocional y enriquecedoras desde el punto de vista humano. ¿Más trabajo social voluntario y menos matinées? Me parecería una muy buena idea.
(1) Allen, J. P., Schad, M. M., Oudekerk, B. and Chango, J. (2014), What
Ever Happened to the “Cool” Kids? Long-Term Sequelae of Early Adolescent
Pseudomature Behavior. Child Development. doi: 10.1111/cdev.12250
(Extraído de: www.mujermujer.com.uy)
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