Un libro, que desde la presentación -como para regalar o... regalarse!- invita a su lectura. Siguiendo por el título, que a mi gusto está muy bien elegido y, continuando por el Prólogo, que al leerlo, no pude dejar de recordar lo que Rodó decía en su Parábola: "Decir las cosas bien, tener en la pluma el don exquisito de la gracia...", ya que el autor en él, nos trasmite, con la mejor forma, lo que quiere comunicar a través del libro... y es mucho... y es muy profundo!!
Y como quiero que vosotros también tengáis una idea cabal de este exquisito libro, les transcribo el Prólogo.
PRÓLOGO
Las emociones son la sal de la vida. Sin emociones no merecería la pena vivir. Emocionarse es experimentar en la propia piel que uno está vivo, sentir en la carne y en el alma las convulsiones de la vida, los meandros que dibuja la propia existencia, el fluir de los días y de las horas, descender a los abismos, para volver a escalar los picos más afilados. A veces, vivir es experimentar la pesadez de los días que pasan y que caen como gotas de plomo en un desierto, pero, otras veces, vivir es experimentar la gratitud infinita por el hecho de existir, el don inmerecido de estar ahí.
No es fácil expresar los latidos del corazón. No es sencillo poner los sentimientos en palabras. Encontramos un abismo entre el lenguaje del corazón y el de las palabras. Enlazar dos orillas es una tarea imposible, pero en esta imposibilidad consiste el oficio del escritor. Las pasiones no pueden encerrarse dentro de conceptos; éstas los resquebrajan, los hacen estallar, porque irradian tanta potencia que no hay palabra que pueda contenerlos. Las emociones nos mueven, nos sostienen, nos hunden y nos elevan.
Somos seres apasionados. El pequeño barco que es cada ser humano flota, como la hoja caída de un árbol, sobre el mar de las emociones. En vano intenta controlar su propio curso. A veces, encuentra una mar rizada, empujada por una fuerza casi sobrenatural; otras veces, en cambio, parece muerta, quieta, le falta volumen e impulso. La hoja, además, no tiene capacidad para nadar a contracorriente. Flota sobre el mar y no controla su curso. Las emociones nos conducen, pero podemos pensarlas, podemos concebirlas, sabiendo que el corazón tiene unas razones que la razón no alcanza a entender.
Las emociones y los pensamientos se entrelazan. Son dos ríos que convergen en el mismo mar. Forman el mismo caudal. Quien tiene sentimientos alegres, tiene pensamientos alegres; quien tiene sentimientos tristes, tiene pensamientos tristes. Se da una unidad entre vida y pensamiento, entre pensamiento y sentimiento. Conocer a alguien es conocer lo que siente y lo que piensa, aunque lo que piensa y lo que siente fluye sin obstáculo, porque todo fluye en la vida. Tanto lo visible como lo invisible.
El río, como decía el inmortal filósofo presocrático Heráclito, el Oscuro, siempre es el mismo río, pero a la vez nunca es el mismo. A cada instante es distinto y, a pesar de ello, es el mismo siempre. También el mar es distinto a cada instante.
Zambullirse en el mar de las emociones es adentrarse en la condición humana, en la profundidad de lo que somos, de lo que sufrimos, de lo que sostiene nuestras vidas. Es arriesgarse a conocer los insólitos límites de lo que somos, pero también enfrentarnos a lo que no nos gusta contemplar ni reconocer que sentimos. Existen emociones que hacen la vida más bella, más noble, digna de ser vivida, emociones que nos elevan hasta la casa de los dioses, pero otras emociones emponzoñan el alma, ahogan el anhelo de vivir, envenenan el deseo de ser y de gozar y nos acercan a las puertas del infierno. Somos una contraposición, un juego de opuestos, la afirmación y su negación.
No he pretendido elaborar un diccionario de emociones, tampoco una breve enciclopedia de las pasiones humanas. En este libro bellamente editado, presento un pequeño cuaderno de bitácora para orientarse en el mar de las emociones. No he escondido debajo del tablero las emociones que ensombrecen la vida, la oscuridad que llevamos dentro y que nos convierte en artífices del mal; tampoco he ahorrado esfuerzos para mostrar la luz que brilla en el corazón de toda criatura humana, esa luz que nos hace excelsos y casi divinos.
He intentado poner en palabras los caminos del alma, los movimientos del corazón; las pasiones que nos mueven y nos conmueven, las que nos llevan al llanto y al temblor, las que hacen que la vida merezca ser vivida y nos sintamos hermanos en la existencia, al menos, durante el breve periplo de tiempo que dura nuestra vida en este mundo.
FRANCESC TORRALBA
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