lunes, 28 de julio de 2014

Historias de personas decentes- Por la Dra.Natalia Trenchi


Hace unos días leí una columna de Arturo Pérez Reverte que, junto con algunos sucesos que nos ofrece la vida permanentemente, me dejó pensando. Lo primero que me despertó fue una profunda alegría por redescubrir por enésima vez que, a pesar de todo, las personas tenemos la potencialidad para hacer lo que está bien. En la nota relata el episodio real en el cual dos enemigos de una guerra, en plena batalla aérea y cuando podían y supuestamente debían matarse el uno al otro, se miraron y el que tenía más poder ayudó al otro a salvarse. Por supuesto que no lo contó a sus superiores para evitar ser castigado por una acción que con la lógica bélica era intolerable. Pero por suerte, hay otras lógicas y mecanismos humanos que permiten que estas cosas pasen. 

La misma situación que puede inflamar la crueldad en uno puede encender la compasión en otro. ¿Será que uno era malo y el otro bueno? Los investigadores se alejan de esta idea. No es cuestión de maldad intrínseca como algo estructurado e inevitable sino otros estados interiores que se encienden, según sea la situación. Hay un respetadísimo  investigador (Baron-Cohen) que explica los comportamientos crueles como resultado de un estado de erosión de empatía, lo que nos refiere a nuestra anterior columna.

No quedan dudas de que el debilitamiento del desarrollo empático nos pone en peligroso riesgo de considerar al otro como un objeto al que se le puede hacer cualquier cosa. Pero como los humanos somos complejos, no sólo la empatía juega en estas decisiones. Otra de las variables claves tiene que ver con la capacidad de pensar si algo está bien o mal, de acuerdo a nuestra propia conciencia y al querer hacer lo que está bien (aunque tengamos ganas de hacer lo otro o las condiciones nos empujen). Si logramos desarrollar esa capacidad interna es como incorporar a la persona con un “seguro de bondad”. Necesitamos desesperadamente enseñar a nuestros niños a pensar y sentir éticamente.

Me duele, me asusta, me enoja y me entristece ver cómo, como sociedad, les ofrecemos tantos ejemplos de pésimos ejemplos de comportamiento moral. Los focos van como desesperados a alumbrar lo incorrecto, lo deshonesto, lo cruel. Muchas veces ni una débil linterna alumbra a la cantidad de cosas buenas que hacen personas normales todos los días.

Muchos claman por “enseñar valores” a nuestros niños. ¿Saben qué? No sirve de nada pretender adoctrinarlos con frases rimbombantes que hablen sobre el respeto, la solidaridad y todas esas palabras bonitas. El desarrollo del pensamiento moral sucede de otra manera. En primer lugar, es un proceso que no va desde afuera para adentro sino todo lo contrario. Tiene que ser algo que empieza a construirse dentro del niño o niña, estimulado por lo que vive. 

Por ejemplo, les ayudamos a pensar éticamente cuando los ayudamos a entender las razones detrás de las reglas de comportamiento poniendo el foco en las consecuencias que ello produce en uno mismo y en los otros. No es la regla por la regla sino por motivos humanos de consideración y de respeto. Cuando la regla se viola, lo grave no es haberla transgredido sino las consecuencias que ello pudo haber traído a un ser vivo, sea uno mismo u otro.

Aprovechamos lo que pasa alrededor nuestro o lo que nos reflejan las pantallas para mantener conversaciones que promuevan la reflexión en lugar del consumo anencefálico de todo tipo de noticias. ¿Qué te pareció esto?, ¿cómo se habrá sentido esa persona? Estos intercambios deben ser diálogos reales y vivos, es decir, sobre hechos reales que estén llamando la atención en ese momento y que conciten cierta curiosidad. Ambos participantes, el adulto y el niño, van a pensar juntos, buscarle el sentido, tratar de entender o por lo menos ponerse en un lugar que entienda que nada es porque sí. El adulto no es el que da las respuestas “correctas” sino que ayuda a pensar, interesándose honestamente por el punto de vista del niño.
Estamos bien atentos a estimular comportamientos que reflejen que el niño está ajustándose a lo que cree que está bien, cuando está cuidando el bien común a la naturaleza.
Busquemos empecinadamente buenos ejemplos en la vida real. Muchas veces sin darnos cuenta, vivimos rodeados de gente que hace las cosas muy bien. Señalémoslo con admiración sincera. Por pequeño que parezca el gesto, pongámosle luz: “El vecino vino a ayudarme porque vio que venía cargada”, “Qué lindo gesto el de tu maestra que llamó a ver si estaba mejor”, “Mirá, un taximetrista encontró una billetera con dinero y buscó al dueño”, etc. Y rescaten del olvido a tantas personas que superan dificultades medianas y enormes y tantas que renuncian a una vida fácil por servir a la comunidad.
Tenemos que convencerlos de lo contrario a lo que están creyendo muchos de nuestros niños hoy: tienen que empezar a confiar que dentro de cada uno de nosotros vive la posibilidad de mejorar el mundo para todos, no sólo para uno mismo en los poquitos metros cuadrados en que nos movemos.
Los héroes de verdad, los de la vida real no son como los de los dibujitos. Esos son seres excepcionales con poderes especiales. Los de verdad son igualitos a nosotros, respiran y sienten como cualquiera sólo que tuvieron la fortuna de haber sido construidos para la empatía, las ganas de hacer el bien y el gusto profundo por mejorar el mundo desde el lugarcito de cada uno.


Otro hermoso Artículo que muestra claramente la sensibilidad de la autora y su forma de comprometerse con la realidad. Ese carisma que tiene para mostrarnos, en hechos, a veces simples, valores profundos. Y enseñarnos el camino para lograr una mayor empatía, un diálogo fundamental, especialmente con los más pequeños. Cuánta verdad en sus palabras... "Muchas veces ni una débil linterna alumbra a la cantidad de cosas buenas que hacen personas normales todos los días"...!




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