lunes, 12 de mayo de 2014
COMO LOS ZORZALES
EN AQUELLA MAÑANA se nos ahorró la caminata habitual.
Ni bien dejamos detrás nuestro la entrada de la gruta, el Maestro se detuvo.
Dirigió su mirada hacia lo alto, a la copa de un árbol muy grande, cuyas raíces se abrían paso entre las grietas de las rocas, para alcanzar el corazón de la tierra.
Pensé que se detendría para contemplar aquel árbol hermoso, testigo de tiempos que nosotros no conocimos.
Pero no era así.
El Maestro había oído el canto de un zorzal, y lo buscaba entre las ramas.
Me sumé a su tarea, sin saber si nos detendríamos ahí o si continuaríamos, en búsqueda de otro objetivo.
En realidad nunca logré saber si el Maestro partía hacia el encuentro de un objetivo determinado, o si se detenía ante la primera realidad que lo impactaba. Si tuviera que jugarme por una de las dos posibilidades, me arriesgaría en favor de la segunda... En una ocasión le oí decirme algo así: - "Muchas veces, por buscar empecinadamente algo no vemos lo que encontramos..."
Tal vez comenzaba a comprender lo que quiso decirme...
Se sentó sobre los pastos, a unos metros de distancia del árbol, para poder mirar más cómodamente hacia arriba.
En ese momento una yunta de zorzales levantó vuelo hacia el arroyo. Me sentí despistado. ¡Se nos iba lo que nos proponíamos contemplar! Pero el Maestro permaneció inmutable.
Pensé que su interés estaría puesto en otra realidad, y no en los zorzales. Me iba contagiando de la calma de aquel anciano sabio, y me dispuse a esperar...
Transcurridos no muchos minutos, regresaron los zorzales. Comprendí la espera del Maestro.
Vi que los dos pájaros se acercaron a su nido, sostenido entre dos gruesas ramas que formaban una horqueta. Estaban alimentando a sus pichones. Cumplida su tarea, el macho se posó en la punta de la rama más alta y desde ese escenario nos regaló su canto. La hembra terminaba su trabajo. Y volvieron a partir.
Yo trataba de poner el corazón en lo que veía. No quería quedarme en la superficie. El contacto con el Maestro había despertado en mí algo así como el sentido de lo profundo...
Y había aprendido que no se alcanza la profundidad de las cosas, sino mirándolas desde la profundidad de uno mismo... Por eso estaba atento para percibir alguna voz interior, que resonara como un eco, como una respuesta, a todo lo que me llegaba desde afuera... Y recordé que en otra oportunidad me había dicho mi anciano y sabio Maestro: "Lo más importante de las cosas no está afuera, sino en el corazón del hombre que las contempla".
Y regresaron los zorzales con una nueva carga de víveres. Nuevamente el cariñoso ritual de alimentar a sus críos. Y el regalo del canto...¡Todo me resultaba más bello y agradable, cuanto mayor atención le prestaba!
Así fuimos testigos repetidas veces de aquella escena tierna y laboriosa.
El Maestro contemplaba como ausente de sí mismo... o tal vez parecía ausente porque se alejaba de la superficie, para bajar a lo profundo de sí mismo...
Por sus movimientos adiviné que estaba a punto de dar por terminada nuestra tarea. Y solté espontáneamente mi comentario:
- "¡Qué ternura, Maestro!"
Me oyó sin mirarme. Dejó espacio como para que yo continuara... Y luego dijo:
- "Si los zorzales, que no conocen el amor, aman tanto, ¡cuánto podríamos amar las personas...!".
- "Maestro, perdona, pero los pájaros aman a sus hijos", -reaccioné rápidamente, ante la impresión de que negaba el amor de los zorzales.
- "No dije que no aman. Dije que no tienen conocimiento para hablar sobre el amor... Ellos no saben explicar qué es amar, pero aman... Nosotros hablamos del amor, explicamos el amor, pensamos en el amor... ¡Ellos lo viven!"
Medité aquellas palabras. Sentí como un desafío a mirar mi vida... El Maestro, mirando a los zorzales, que en ese momento repetían una vez más la escena familiar, dejaba ver en sus palabras lo que sucedía en su interior.
-"El amor es alegre y servicial...
El amor es la fuente de la vida...
El amor nunca se cansa de amar...
El amor se regala como un canto..."
"Todos los zorzales son alimentados por el amor de sus padres...
Todos los zorzales
aprenden a amar y a cantar
de padres que los aman cantando...
¡No todos los hijos de los hombres
tienen esa suerte...!"
(Extraído del Libro: "Hombre adentro" de René J. Trossero)
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