Motivos para Celebrar. Capítulo 2 de la reciente publicación de Alejandro de Barbieri.
Cuando afirmamos que el problema está en cómo se divierten ellos, nos equivocamos. El problema está en cómo nos divertimos, cómo nos vinculamos e interactuamos nosotros, los adultos. Los jóvenes nos devuelven la imagen del espejo. Ellos ¿qué ven de nosotros? ¿Qué les mostramos nosotros? ¿Cómo resolvemos los problemas?
Vivimos una época violenta, donde nos cuesta mucho la tolerancia, la hospitalidad y construir consensos, como dice Sergio Sinay, el poder «transformar las diferencias en fuente de encuentros». Es una época de crisis espiritual y de vacío existencial. La anulación del otro, el no confiar en que el otro forma parte de mí, nos hace caer más en el vacío y en la angustia existencial. Esta angustia no se calma con lo material, ni aislándonos, ni comprando compulsivamente. Una empresa puede contratar un buen técnico, pero, ¿puede comprar entusiasmo? No puede. Debe restaurar a su gente para que encuentren sentido en la tarea cotidiana. Cuando nos encontramos con esta frustración, aparece el refugio en las adicciones o expresamos de manera violenta los conflictos. Acudimos al alcohol o a distintas adicciones socialmente aceptadas. Una adicción también puede ser el trabajo, los medicamentos, etcétera. Es un modo adicto de vivir en el que estamos inmersos. Este modo de vivir exige, como salida, distintas maneras de diversión, ¿para qué? Para olvidarnos momentáneamente de nuestra angustia existencial; necesitamos salir a divertirnos o ver algo divertido en la televisión, que «no me haga pensar» y me permita dormir tranquilo.
Divertirnos es salir afuera, recrearme, lo opuesto al aburrimiento. En el aburrido crece el vacío existencial, pero si logramos transmutar este vacío existencial en un vacío fértil; leyendo, escribiendo, cantando, siendo creativos, en suma, pasando directo a los hechos, lograremos salir de la «neurosis» que nos atrapa. En definitiva, nos hacemos más libres.
Entonces, ¿qué conductas debemos tomar para cambiar nuestro modo de vivir?, los compromisos existenciales hay que pasarlos a la acción concreta para que no queden en el aire.
Nosotros somos los responsables de que la diversión (nuestra y de nuestros hijos) no sea trágica, para que su energía positiva y renovadora nos nutra a todos de creatividad para vivir. Nosotros debemos salir de lo efímero, de lo pasajero, debemos recuperar nuestra capacidad de encuentro y de celebración, para que luego esta actitud se replique en nuestros vínculos, incluyendo nuestros hijos y que puedan aprender otro modo de resolver los problemas.
Cuando nosotros celebramos el logro conseguido, gracias al esfuerzo, a la dedicación, al propósito en la vida, entonces estamos enseñando que brindamos por algo, tenemos un motivo. Celebrar, es alegría. La alegría del encuentro, la alegría de la familia reunida, celebrando un cumpleaños, un recibimiento, un examen salvado o un trabajo nuevo. El que ama se alegra por la alegría del otro, y si sabemos ver, como diría el Principito, tenemos todos los días «motivos para la alegría y la celebración». Si estoy deprimido o en burn out, lo valioso que pasa no lo veo. Siempre suceden cosas buenas y valiosas en mi trabajo, en mi familia, pero si yo estoy mal no lo puedo ver.
También la alegría se nutre en el silencio. No es necesario tanto ruido para celebrar, se celebra profundamente en el silencio del trabajo, cuando se fueron todos, en el silencio de la casa, cuando los niños ya están durmiendo. Me tomo un tiempo para meditar y celebrar en privado, que di lo mejor de mí.
Necesitamos motivos sólidos para celebrar, y esta celebración nos ilumina y sostiene en el tiempo. Los ritos son necesarios, son necesarios porque son huellas de sentido. El cumpleaños, el domingo, son motivos para llamar a los amigos y encontrarnos para celebrar la vida.
La celebración es duradera; el divertirse es pasajero. Requiere estímulos constantes (como una adicción), la diversión se agota en sí misma. La fiesta es júbilo, es ruido música y canto. En cambio, la celebración es una fiesta silenciosa, es el sentimiento después de la fiesta. Cuando la fiesta terminó, y se fueron los amigos y los invitados, nos queda la celebración. Hemos brindado porque que la vida sigue su curso, un año más, un logro que nos recuerda el camino de la vida, nos cierra un mojón más del camino y nos ayuda a seguir marchando y empujando. Tengamos el coraje de ofrecerles a nuestros hijos desde nuestro modo de vivir y de relacionarnos un nuevo modelo de celebración y de alegría. Un nuevo modo de vivir que incluye la pausa, el silencio, también el trabajo esforzado, dinámico y creativo y al final del día, el encuentro amoroso en familia para recoger lo sembrado, agradecer lo vivido y seguir; no parar de seguir, de empujar, de acostarnos plenos de sentido para levantarnos mañana con la alegría de estar vivos y contagiarles a los demás la vida. Mandar un mensajito o un correo electrónico a los amigos, diciendo: «Los esperamos esta noche en casa para celebrar…»
Es por esto que May afirma, que el que no se arriesga, se pierde a si mismo, porque no ha asumido su vida, no se siente protagonista de su destino, no se arriesga. El logoterapeuta es un acompañante de camino, mientras el paciente decide arriesgarse. Corre el riesgo con el otro, pero el que decide siempre es la persona.
Recordemos lo que pasó en Japón en 2011 cuando el tsunami azota el país. Los japoneses se decían una y otra vez “Gambarimasu”. Es el verbo que los japoneses más repiten actualmente. Se lo dicen a sí mismos y se lo dicen a los demás, según relata Andrés Braun, columnista de El País de Madrid, quien nos acerca esta historia para compartirla . Todos hemos presenciado con asombro en la televisión y en otros medios de prensa, la cobertura que se hizo acerca del tsunami que azotó a Japón en 2011. Hemos contemplado azorados, cómo los japoneses hacían una larga fila para cargar un bidón de agua, y luego se ponían nuevamente al final de la fila para cargar un segundo bidón. También hemos observado las escenas de la catástrofe, pero muy pocas de gente llorando o de saqueos en las calles. ¿Cómo se entienden estas conductas? Por un lado, debemos comprender que esa tragedia nos está sirviendo para conocer y acercarnos a una cultura que nos enseña mucho.
Para empezar, nos enseña que para ellos lo colectivo es más importante que lo individual, es por esto que en situaciones de tragedia colectiva, y por la experiencia de situaciones similares vividas en el pasado, ellos saben que deben salir adelante como grupo. Si hay un inconsciente colectivo, entonces los japoneses muy bien saben que la conciencia es también colectiva, lo individual tiene sentido en la medida en que pertenece a un colectivo mayor. Desde esta mirada hacia la autotrascendencia que señala Viktor Frankl, se da naturalmente. Sino, cómo se explica la «inmolación» de los cincuenta ingenieros que estuvieron hasta el final, tratando de apagar el reactor. Nosotros vivimos en una cultura predominantemente individual, para nosotros el concepto de autotrascendencia nos puede parecer novedoso, porque «hay que salir de uno» para autotrascender, pero en realidad, y siendo fieles al mismo Frankl, somos existencia, somos ser siendo con otros, en donde siempre aparece el mundo y los demás. Sin embargo, nos cuesta salir de nosotros mismos, pecamos de exceso de mismidad. La enseñanza de esta historia sentida es que debemos ir hacia el otro, la otredad que nos espera es el colectivo del que formamos parte.
Gambarimasu se dicen los japoneses a sí mismos y a los demás, podría traducirse como «perseverar» o «dar lo mejor de sí». En estos momentos de crisis y de dolor, este concepto nos ayuda a pensar en la «resiliencia colectiva», en la capacidad que todos tenemos de dar lo mejor de nosotros para salvar nuestro colectivo humano, familiar y social.
Por supuesto que los japoneses también lloran, pero su cultura les enseñó a no «cargar» al otro en estos momentos con su dolor, se llora en silencio o en sus casas. Como forma de respetar el proceso del colectivo y de no «bajar los brazos». Claro que nosotros desde nuestro lugar occidental y científico, podríamos analizar y decir «se reprimen», pero ¿estaríamos realmente conociendo al otro con esta actitud? Conocer implica ver para comprender. Comprende el dolor de un pueblo nos ayuda a pensar en cómo han hecho para salir adelante. En nuestro mundo individualista y predominantemente «emocional», se ha estimulado hasta el cansancio desde diferentes escuelas psicológicas la «libre expresión de los sentimientos» Pero cuidado, ¿realmente es libre esa expresión? o es una descarga catártica sin más? Debemos saber leer con cuidado nuestros propios sentimientos y emociones. La emoción es primaria e involuntaria, pero nuestros sentimientos son más libres, es donde aparece el valor y el sentido desde donde nos relacionamos con los demás.
Parece que el mundo al «sacudirse» de esta manera, nos ayuda a despertarnos, porque vivimos como dormidos, «anestesiados» al dolor del otro, del próximo prójimo como decía Mario Benedetti.
La propuesta de la Logoterapia es Despertar. Despertar a mí mismo, al inconsciente espiritual, despertar al otro, al Tú; al tú que me construye, sin él, yo no soy. Despertar al mundo que nos rodea y despertar a la trascendencia.
Sin embargo, cuando sucedió el terremoto en Haití, también pensamos que era un aviso, una señal. Y sin duda lo fue y esperamos seguir escuchando estas señales para unirnos a lo que cada uno de nosotros puede hacer desde donde esté.
Vivimos como dormidos, ¿será por eso que las señales que nos envía el mundo son tan dolorosas? Cuánto tiempo más nos llevará para darnos cuenta de que somos todos pasajeros del mismo barco, de que debemos unirnos, como decía Frankl, en la «común humanidad» para encontrar salidas comunes y no solo coartadas individuales para salvar mi pellejo. El otro del otro, soy yo. Por lo tanto debo reaccionar para poder dar una respuesta que nos ayude a cambiar.
Entonces, volviendo a la cita de Kierkegaard, es hora de arriesgarnos, de salir de nosotros mismos, para ir al encuentro del otro.
Me llegó tanto esta historia que en los talleres de optimismo y entusiasmo que vengo dando por todo el país concluyo mis charlas contándola y diciéndole al auditorio: no digan que vinieron a una charla, digan que vinieron a hacerse un tatuaje, un tatuaje que espero mañana puedan mostrar a sus seres queridos y compañeros de trabajo. Gambarimasu: ¡da lo mejor de ti!
Vivimos una época violenta, donde nos cuesta mucho la tolerancia, la hospitalidad y construir consensos, como dice Sergio Sinay, el poder «transformar las diferencias en fuente de encuentros». Es una época de crisis espiritual y de vacío existencial. La anulación del otro, el no confiar en que el otro forma parte de mí, nos hace caer más en el vacío y en la angustia existencial. Esta angustia no se calma con lo material, ni aislándonos, ni comprando compulsivamente. Una empresa puede contratar un buen técnico, pero, ¿puede comprar entusiasmo? No puede. Debe restaurar a su gente para que encuentren sentido en la tarea cotidiana. Cuando nos encontramos con esta frustración, aparece el refugio en las adicciones o expresamos de manera violenta los conflictos. Acudimos al alcohol o a distintas adicciones socialmente aceptadas. Una adicción también puede ser el trabajo, los medicamentos, etcétera. Es un modo adicto de vivir en el que estamos inmersos. Este modo de vivir exige, como salida, distintas maneras de diversión, ¿para qué? Para olvidarnos momentáneamente de nuestra angustia existencial; necesitamos salir a divertirnos o ver algo divertido en la televisión, que «no me haga pensar» y me permita dormir tranquilo.
Divertirnos es salir afuera, recrearme, lo opuesto al aburrimiento. En el aburrido crece el vacío existencial, pero si logramos transmutar este vacío existencial en un vacío fértil; leyendo, escribiendo, cantando, siendo creativos, en suma, pasando directo a los hechos, lograremos salir de la «neurosis» que nos atrapa. En definitiva, nos hacemos más libres.
Entonces, ¿qué conductas debemos tomar para cambiar nuestro modo de vivir?, los compromisos existenciales hay que pasarlos a la acción concreta para que no queden en el aire.
Nosotros somos los responsables de que la diversión (nuestra y de nuestros hijos) no sea trágica, para que su energía positiva y renovadora nos nutra a todos de creatividad para vivir. Nosotros debemos salir de lo efímero, de lo pasajero, debemos recuperar nuestra capacidad de encuentro y de celebración, para que luego esta actitud se replique en nuestros vínculos, incluyendo nuestros hijos y que puedan aprender otro modo de resolver los problemas.
Cuando nosotros celebramos el logro conseguido, gracias al esfuerzo, a la dedicación, al propósito en la vida, entonces estamos enseñando que brindamos por algo, tenemos un motivo. Celebrar, es alegría. La alegría del encuentro, la alegría de la familia reunida, celebrando un cumpleaños, un recibimiento, un examen salvado o un trabajo nuevo. El que ama se alegra por la alegría del otro, y si sabemos ver, como diría el Principito, tenemos todos los días «motivos para la alegría y la celebración». Si estoy deprimido o en burn out, lo valioso que pasa no lo veo. Siempre suceden cosas buenas y valiosas en mi trabajo, en mi familia, pero si yo estoy mal no lo puedo ver.
También la alegría se nutre en el silencio. No es necesario tanto ruido para celebrar, se celebra profundamente en el silencio del trabajo, cuando se fueron todos, en el silencio de la casa, cuando los niños ya están durmiendo. Me tomo un tiempo para meditar y celebrar en privado, que di lo mejor de mí.
Necesitamos motivos sólidos para celebrar, y esta celebración nos ilumina y sostiene en el tiempo. Los ritos son necesarios, son necesarios porque son huellas de sentido. El cumpleaños, el domingo, son motivos para llamar a los amigos y encontrarnos para celebrar la vida.
La celebración es duradera; el divertirse es pasajero. Requiere estímulos constantes (como una adicción), la diversión se agota en sí misma. La fiesta es júbilo, es ruido música y canto. En cambio, la celebración es una fiesta silenciosa, es el sentimiento después de la fiesta. Cuando la fiesta terminó, y se fueron los amigos y los invitados, nos queda la celebración. Hemos brindado porque que la vida sigue su curso, un año más, un logro que nos recuerda el camino de la vida, nos cierra un mojón más del camino y nos ayuda a seguir marchando y empujando. Tengamos el coraje de ofrecerles a nuestros hijos desde nuestro modo de vivir y de relacionarnos un nuevo modelo de celebración y de alegría. Un nuevo modo de vivir que incluye la pausa, el silencio, también el trabajo esforzado, dinámico y creativo y al final del día, el encuentro amoroso en familia para recoger lo sembrado, agradecer lo vivido y seguir; no parar de seguir, de empujar, de acostarnos plenos de sentido para levantarnos mañana con la alegría de estar vivos y contagiarles a los demás la vida. Mandar un mensajito o un correo electrónico a los amigos, diciendo: «Los esperamos esta noche en casa para celebrar…»
Es por esto que May afirma, que el que no se arriesga, se pierde a si mismo, porque no ha asumido su vida, no se siente protagonista de su destino, no se arriesga. El logoterapeuta es un acompañante de camino, mientras el paciente decide arriesgarse. Corre el riesgo con el otro, pero el que decide siempre es la persona.
Recordemos lo que pasó en Japón en 2011 cuando el tsunami azota el país. Los japoneses se decían una y otra vez “Gambarimasu”. Es el verbo que los japoneses más repiten actualmente. Se lo dicen a sí mismos y se lo dicen a los demás, según relata Andrés Braun, columnista de El País de Madrid, quien nos acerca esta historia para compartirla . Todos hemos presenciado con asombro en la televisión y en otros medios de prensa, la cobertura que se hizo acerca del tsunami que azotó a Japón en 2011. Hemos contemplado azorados, cómo los japoneses hacían una larga fila para cargar un bidón de agua, y luego se ponían nuevamente al final de la fila para cargar un segundo bidón. También hemos observado las escenas de la catástrofe, pero muy pocas de gente llorando o de saqueos en las calles. ¿Cómo se entienden estas conductas? Por un lado, debemos comprender que esa tragedia nos está sirviendo para conocer y acercarnos a una cultura que nos enseña mucho.
Para empezar, nos enseña que para ellos lo colectivo es más importante que lo individual, es por esto que en situaciones de tragedia colectiva, y por la experiencia de situaciones similares vividas en el pasado, ellos saben que deben salir adelante como grupo. Si hay un inconsciente colectivo, entonces los japoneses muy bien saben que la conciencia es también colectiva, lo individual tiene sentido en la medida en que pertenece a un colectivo mayor. Desde esta mirada hacia la autotrascendencia que señala Viktor Frankl, se da naturalmente. Sino, cómo se explica la «inmolación» de los cincuenta ingenieros que estuvieron hasta el final, tratando de apagar el reactor. Nosotros vivimos en una cultura predominantemente individual, para nosotros el concepto de autotrascendencia nos puede parecer novedoso, porque «hay que salir de uno» para autotrascender, pero en realidad, y siendo fieles al mismo Frankl, somos existencia, somos ser siendo con otros, en donde siempre aparece el mundo y los demás. Sin embargo, nos cuesta salir de nosotros mismos, pecamos de exceso de mismidad. La enseñanza de esta historia sentida es que debemos ir hacia el otro, la otredad que nos espera es el colectivo del que formamos parte.
Gambarimasu se dicen los japoneses a sí mismos y a los demás, podría traducirse como «perseverar» o «dar lo mejor de sí». En estos momentos de crisis y de dolor, este concepto nos ayuda a pensar en la «resiliencia colectiva», en la capacidad que todos tenemos de dar lo mejor de nosotros para salvar nuestro colectivo humano, familiar y social.
Por supuesto que los japoneses también lloran, pero su cultura les enseñó a no «cargar» al otro en estos momentos con su dolor, se llora en silencio o en sus casas. Como forma de respetar el proceso del colectivo y de no «bajar los brazos». Claro que nosotros desde nuestro lugar occidental y científico, podríamos analizar y decir «se reprimen», pero ¿estaríamos realmente conociendo al otro con esta actitud? Conocer implica ver para comprender. Comprende el dolor de un pueblo nos ayuda a pensar en cómo han hecho para salir adelante. En nuestro mundo individualista y predominantemente «emocional», se ha estimulado hasta el cansancio desde diferentes escuelas psicológicas la «libre expresión de los sentimientos» Pero cuidado, ¿realmente es libre esa expresión? o es una descarga catártica sin más? Debemos saber leer con cuidado nuestros propios sentimientos y emociones. La emoción es primaria e involuntaria, pero nuestros sentimientos son más libres, es donde aparece el valor y el sentido desde donde nos relacionamos con los demás.
Parece que el mundo al «sacudirse» de esta manera, nos ayuda a despertarnos, porque vivimos como dormidos, «anestesiados» al dolor del otro, del próximo prójimo como decía Mario Benedetti.
La propuesta de la Logoterapia es Despertar. Despertar a mí mismo, al inconsciente espiritual, despertar al otro, al Tú; al tú que me construye, sin él, yo no soy. Despertar al mundo que nos rodea y despertar a la trascendencia.
Sin embargo, cuando sucedió el terremoto en Haití, también pensamos que era un aviso, una señal. Y sin duda lo fue y esperamos seguir escuchando estas señales para unirnos a lo que cada uno de nosotros puede hacer desde donde esté.
Vivimos como dormidos, ¿será por eso que las señales que nos envía el mundo son tan dolorosas? Cuánto tiempo más nos llevará para darnos cuenta de que somos todos pasajeros del mismo barco, de que debemos unirnos, como decía Frankl, en la «común humanidad» para encontrar salidas comunes y no solo coartadas individuales para salvar mi pellejo. El otro del otro, soy yo. Por lo tanto debo reaccionar para poder dar una respuesta que nos ayude a cambiar.
Entonces, volviendo a la cita de Kierkegaard, es hora de arriesgarnos, de salir de nosotros mismos, para ir al encuentro del otro.
Me llegó tanto esta historia que en los talleres de optimismo y entusiasmo que vengo dando por todo el país concluyo mis charlas contándola y diciéndole al auditorio: no digan que vinieron a una charla, digan que vinieron a hacerse un tatuaje, un tatuaje que espero mañana puedan mostrar a sus seres queridos y compañeros de trabajo. Gambarimasu: ¡da lo mejor de ti!
Psicólogo – Logoterapeuta, Comunicador y Docente
Director del CELAE (uruguay)
alejandro@logoterapia.com.uy
www.logoterapia.com.uy
Director del CELAE (uruguay)
alejandro@logoterapia.com.uy
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(Extraído de: logoforo.com)
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